Todo lo puedo en el poder de Cristo
2017-09-21
1. Oración inicial
Amado Dios, Amado Hijo, Amado Espíritu Santo: Vuelvo a ti mi Señor cansado de esperar y en esta espera arrepentido de todo aquello que me aleja de ti, me postro de rodillas ante ti, con el corazón compungido, agobiado, sin alientos; para pedirte a ti el amparo que mi alma y mi espíritu necesitan. Amén.
2. Lee la palabra de Dios
“Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”, Juan 5: 1-9 5:1
3. Reflexiona
En esta historia vemos con toda claridad bajo qué condiciones operaba el poder de Jesús. Jesús habla con imperativos, daba sus órdenes, sus mandamientos a los hombres, y en la medida que éstos obedecieran recibían ese poder.
Jesús preguntó al hombre si quería curarse y pareciera una pregunta sin lógica. El hombre había esperado durante treinta y ocho años y bien podría haber perdido las esperanzas. Podría haber sucedido que en lo más íntimo de su corazón se sintiera satisfecho de seguir siendo un inválido porque, si se curaba, tendría que ganarse la vida y asumir todas sus responsabilidades. Pero la respuesta de este hombre fue inmediata. Quería curarse, aunque no veía cómo, puesto que no había nadie que lo ayudara.
Jesús viene a nosotros y nos dice: “¿Realmente quieres cambiar?” si en lo más recóndito de nuestro corazón estamos contentos de ser como somos, no puede haber ningún cambio.
Jesús, le dijo al hombre que se levantara. Es como si le hubiera dicho: “¡Hombre doblega tu voluntad! ¡Has un esfuerzo supremo y tú y yo lo lograremos juntos!” El poder de Dios nunca prescinde del esfuerzo del hombre.
Ningún hombre puede apoltronarse, relajarse, y esperar que suceda el milagro. El milagro sucede cuando nuestra voluntad y el poder de Dios cooperan para hacerlo posible.
“¡Levántate!” le dijo. Jesús estaba ordenando al hombre que intentara lo imposible. El hombre podría haber dicho, con resentimiento y dolor, que eso era exactamente lo que no podía hacer. Su lecho debe haber sido una especie de camilla. Y Jesús le dijo que lo levantara y se lo llevara.
El hombre podría haber dicho que durante treinta y ocho años el lecho lo había estado soportando y que no tenía mucho sentido decirle que se lo llevara. Pero una vez más, el hombre hizo el esfuerzo a la par de Cristo y sucedió el milagro.
Aquí tenemos el camino para lograr lo que nos proponemos. Hay tantas cosas en este mundo que nos vencen, nos derrotan y se apoderan de nosotros. Cuando la intensidad del deseo está en nosotros, cuando nos proponemos hacer el esfuerzo, aunque pueda parecer sin esperanzas, entonces el poder de Cristo se manifiesta, y con Cristo conquistamos aquello que durante tanto tiempo no pudimos hacer.
4. Alaba a Dios
5. Comparte
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