Pasando por el desierto

Dios Bueno. Los desiertos que he cruzado me han servido para vivir en tu presencia. Así como el pueblo de Israel, en medio del desierto tú estabas con ellos, en el día a través de una nube que era su guía y en la noche como antorcha de fuego que alumbrabas su camino. Lo mismo eres tu para mi. Gracias Señor. Amen

“Y te acordaras de todo el camino por donde te ha traído Jehová tú Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos”

El desierto es un lugar donde no crece nada, escasea el agua y se avanza con dificultad sin divisar el final. Puedes experimentar el desierto en diversas situaciones: delante de una tumba, esperando un empleo o en el Juzgado que dictamina un divorcio. En el desierto no parece haber una salida.
En las Escrituras el número cuarenta suele representar dificultades: Noé vivió el diluvio durante cuarenta días; Moisés pasó cuarenta años solo en el desierto; Jesús fue tentado por el diablo durante cuarenta días.
El desierto debilita tu compromiso, te hace pensar lo peor y te hace buscar salidas fáciles. Si estás en un matrimonio con problemas, a lo mejor te empiezas a fijar en el marido o la mujer del vecino. Es también la ocasión para hacer algo deshonesto, para la depresión y hasta para la pornografía. “Jesús mismo fue llevado por el Espíritu al desierto… era tentado por el diablo”
Jesús, el último Adán, triunfó ahí donde el primer Adán fracasó. Jesús venció al maligno con la Palabra de Dios. Le dijo tres veces a satanás: “Escrito está”.
Y la Palabra de Dios sigue siendo tu manual de supervivencia. Después de salir del desierto, Jesús volvió revestido del poder del Espíritu Santo, listo para proyectar su ministerio. Y Dios puede hacer lo mismo por ti, guiarte con seguridad, de modo que no debes tener temor