La fuerza de su Espíritu en nosotros

«Es con tu Espíritu que puedo vencer a mi propia tendencia a actuar en la carne y despojarme del viejo hombre, para que cada vez más Cristo crezca en mí y pueda reflejar todo el fruto de tu Espíritu, en una vida plena, para gloria de tu Santo nombre, amén.»

“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño”, Salmos 127:1-2.

“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”, Zacarías 4:6b.

Nuestra tendencia es a hacer las cosas con nuestras fuerzas, poniendo muchas veces empeño, pero actuando de manera independiente. Uno de los inconvenientes de este hecho, es que también tratamos de empujar a otras personas a actuar de la misma manera, finalmente afectamos a otros cuando no dependemos de Dios.

Esto es lo que explica el Salmo cuando nos enseña que es vano construir o proteger algo si no hemos tenido en cuenta a Dios, como también es vano que nos excedamos en los horarios de nuestro trabajo o nos esforcemos desmedidamente sino contamos con la bendición, protección y favor de Dios en todo lo que hacemos.

Entonces nuestra prioridad debe ser nuestra relación con Él para escuchar su guía por medio de su Espíritu que nos ha dado gracias a la fe en Jesús. Una relación íntima en oración, en meditación de su Palabra, en congregarnos con nuestros hermanos para edificarnos mutuamente y como dice Efesios 5:19-20: “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” Una conexión constante que se vuelva un estilo de vida espiritual, nos mantendrá fortalecidos en el poder de su Espíritu para que podamos decir como Juan el Bautista refiriéndose a Jesús: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.” (Juan 3:30)