La buena voluntad de Dios

«Padre celestial, te pido por favor, llenes mi mente y mi entendimiento con tus pensamientos, siempre buenos, agradables y perfectos. Dame lo que necesito para crecer y perseverar cada día en tu conocimiento. Amén.»

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Romanos 12:2

La palabra de Dios es muy clara en advertirnos que si queremos experimentar por nosotros mismos, lo buena, agradable y perfecta que es la voluntad de Dios, tenemos que cambiar nuestra manera de pensar.

La mente es el asiento de los pensamientos, al respecto de esto Proverbios 23:7 dice: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.” Podemos entonces decir que somos lo que pensamos, de allí lo importante de renovar nuestro entendimiento, de cultivar nuestra mente con la verdad que puede transformar nuestra vida y darle el sentido que necesita.

Constantemente estamos bombardeados por el adverso sistema de valores de este mundo que se esmera por cultivar nuestra mente con vanidades ilusorias, si somos agentes pasivos dejando que se instalen en nuestros pensamientos todas estas cosas, entonces será muy difícil comprender y experimentar la vida abundante que Dios tiene para nosotros. La palabra nos invita a que seamos diligentes y perseverantes en llenar nuestra mente con los pensamientos correctos. En relación a esto el apóstol Pablo nos aconseja: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” Filipenses 4:8. Los buenos pensamientos provienen de Dios y Dios los ha dejado plasmados en su palabra para que nos llenemos de ellos.

Renovar nuestro entendimiento implica ir a la presencia de Dios y a su palabra de forma constante y regular, es un proceso que toma tiempo y esfuerzo pero que da fruto abundante comprobando por nosotros mismos que las promesas de Dios para nuestras vidas son ciertas y que su voluntad es siempre buena, agradable y perfecta sin importar cuán diversas o adversas sean las vicisitudes de la vida.