Hazme como tú

Amado Señor, enséñame a verme con humildad, con un concepto equilibrado de mí mismo, como tu hijo amado y acepto en ti, quita mi orgullo y vanagloria. Déjame mirar a los demás con estima, entendiendo que son hechura tuya y que moriste en la cruz por ellos. Amén.

«Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno».
«Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo».

Mientras la filosofía del mundo dice: “Busca ser el número uno a toda costa”, la Biblia nos dice lo contrario, el problema del hombre es que se ama demasiado a sí mismo. Esto es orgullo, es la manera distorsionada y exagerada de verse a sí mismo y es la esencia del pecado. Necesitamos un concepto adecuado de nosotros mismos, un equilibrio en la manera de pensar acerca de nosotros, tanto en nuestras debilidades como en nuestras fortalezas.
Cuando estamos en Cristo, somos perdonados y aceptados totalmente y ahora debemos decidir si vivimos para prestar nuestra vida al pecado y dejamos que él nos influencie o dejamos que Jesús viva a través de nosotros y transforme nuestra vida en lo que Él quiere que seamos. Sólo así sabremos cuanto nos ama Dios, y no seguiremos lo que el mundo dice.
Cada vez los mensajes de los medios de comunicación presentan una idea distorsionada de lo que Dios quiere. Dicen: “si deseas ser admirado por otros, tienes que parecerte a los modelos de hombres y mujeres que salen en la televisión o el cine”. Aprendamos a depender de Cristo, Él es nuestro modelo, equilibrado en su juicio, libre de egoísmo, santo y sin mancha.
Descubramos las riquezas y la libertad que ya poseemos en Cristo porque somos hijos del Rey.