Hagamos la diferencia
2017-12-16
1. Oración inicial
Señor Jesucristo, dame tu corazón puro para amar, dame tus ojos para ver la necesidad de los demás, dame tus pies para ir presuroso a ayudar. Lléname de compasión y misericordia para servir a mi prójimo. Amén.
2. Lee la palabra de Dios
“Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino”. Marcos 10:46-52
3. Reflexiona
Jesús al caminar por diferentes lugares dejó una huella imborrable, hizo la diferencia en la vida de muchas personas. Nosotros podemos estar caminando siempre por los mismos sitios y quizás nos hemos acostumbrado a la rutina, ¿estaremos dispuestos a romper la rutina para ayudar a otros?
Debemos pedirle al Señor que nos ayude a estar atentos a las necesidades de los demás, a no pasar desapercibidos, sino hacer una diferencia en sus vidas con nuestros actos de amor y bondad.
Ese día fue afortunado para el ciego Bartimeo, Jesús iba de camino a la ciudad de Jerusalén para celebrar la Pascua, había muchos peregrinos que caminaban junto a Él. Era costumbre que los rabinos enseñaran mientras andaban y muchos lo seguían a su alrededor para escucharlo. Los que no podían ir a la fiesta, se hacían al borde del camino para despedir a los viajeros y en ese grupo estaba Bartimeo, que por su limitación física tenía que pedir limosna.
Cuando oyó el murmullo de los viajeros, preguntó quién era el que pasaba y le dijeron que Jesús, quizás había escuchado de Él y empezó a dar gritos pidiendo su compasión. Jesús hizo un alto en su camino y escuchó el clamor que surge de un alma desesperada que suplica atención. Jesús reconoce la necesidad y nunca pasará de largo, dejará todo ante un llamado angustioso, esa alma necesitada era más importante que lo que estaba diciendo, por eso rompió su rutina, para ayudar.
Debemos cultivar la compasión, cuando nos falta es porque nuestro corazón se ha endurecido y nos volvemos indiferentes frente al necesitado. A veces nuestro cristianismo se convierte sólo en conocimiento, formas, ceremonias y ritos, pero carece de misericordia. El Señor dice en Mateo 9:13 “Id pues y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”. Esto lo dijo a los fariseos que se consideraban más justos que los demás porque guardaban estrictamente la Ley, pero estaban separados de las personas, consideraban a todos pecadores, no ayudaban a la gente, eran fríos e indiferentes. Jesús en cambio se compara con un médico que va a donde más lo necesitan. Su propósito era llamar a los pecadores a un cambio de vida, mostraba amor por las almas perdidas y siempre se acercaba para darles sanidad.
Como el buen samaritano, que salió de su rutina para socorrer al moribundo en el camino, pidamos a Dios ojos para ver al que está herido y necesitado de compasión, que nos de voluntad y un corazón lleno del amor que motiva a fluir con misericordia para salir de nuestra comodidad, de nuestra zona de confort y poder amar y servir a nuestro prójimo.
4. Alaba a Dios
5. Comparte
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