El silencio cómplice

Señor, dame la sensibilidad por tu Espíritu de anunciar el mensaje de tu amor para que mi familia sea transformada y por lo tanto mi nación. Amén

«Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia delante” Jeremías 7:24

Parte de la culpa de la extensión de la maldad actual es el silencio de los creyentes. Teniendo tantas bendiciones y recursos espirituales dados por Dios mediante la muerte y resurrección de su hijo en la cruz, los dejamos escondidos, así como ocurre en la parábola de los talentos, (Mateo 25:14-30). Cuando colocamos en acción los recursos que Dios nos ha dado, estamos deteniendo el actuar de la maldad en las personas, en nuestra familia, en nuestra ciudad y en nuestro país.
Anunciar el evangelio además de llevar el mensaje de salvación, también contrarresta las obras de maldad que se extienden por nuestra sociedad como un virus, el cual destruye familias y naciones enteras; si los hijos de Dios nos levantamos en obediencia, anunciando la verdad, de que el evangelio es la solución y remedio contra esta maldad actual, muchos creerán y serán sanados espiritualmente.
La Palabra de Dios nos insta a despertar para que nos alumbre Cristo: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos,…” (Efesios 5:14) y ser diligentes en anunciar y dar testimonio con nuestra vida, del amor de Cristo; si lo hacemos así no seremos responsables de la vida de las personas que rechazaron el mensaje, pero si nos quedamos callados, además de ser cómplices del mal por guardar silencio, nuestro Padre como dice su Palabra “…su sangre yo la demandaré de tu mano.” (Ezequiel 33:8).
Por lo tanto, aprovechando bien el tiempo, no seamos necios sino entendidos de cuál es la voluntad de Dios, anunciemos a tiempo y destiempo el mensaje de salvación para que muchos salgan de su mal camino y de la dureza de su corazón, y caminen como nosotros caminamos, hacia delante y no hacia atrás.