El adorno de la humildad
2017-05-05
1. Oración inicial
Amado Señor, dame un espíritu humilde para poder servir a los demás. Quita la soberbia de mi corazón con la cual me alejo de ti y de las personas que me aman. Quiero entregarme a ti y ser ejemplo para los demás en humildad y amor. Amén.
2. Lee la palabra de Dios
“Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Mateo 20:25-28
3. Reflexiona
El querer hacernos grandes nos puede hacer caer en el orgullo y anhelar la adulación de otros. Si actuamos para que nos vean, vamos a tener nuestra propia recompensa. Si estamos buscando gloria de hombres, gloria de hombres tendremos. El deseo de ser reconocidos es uno de los impulsos más fuertes del corazón humano. El Señor Jesucristo sabe que ese impulso puede desviarnos del camino y vivir solo para ese fin. Y por ese deseo de sobresalir podemos estar llevándonos por delante a muchas personas, podemos engañar, mentir, podemos manipular para que otros hagan y digan lo que nosotros queremos y lograr así los objetivos. El consejo de Proverbios 27:2 nos habla de la arrogancia: “Alábate el extraño, y no tu propia boca; El ajeno, y no los labios tuyos”.
Por eso Jesús les da una lección a sus discípulos que es trascendental para la vida; el que quiere ser grande, el que quiere ser el mayor de todos, es el que más debe servir. La única manera de hallar reconocimiento es sirviendo y dándonos a otros. Esto nos lleva a ser humildes. La adulación corrompe, daña, tuerce el corazón de los hombres. Sólo el humilde reconoce las virtudes de los demás y les sirve con amor y sencillez. El verdadero servicio es entrega, como lo hizo Cristo.
La Biblia también dice que Dios enaltece al humilde, mas al orgulloso lo mira de lejos. Jactarse de lo que tenemos, de lo que hemos hecho, nos lleva a inflar nuestro ego, a sentirnos como “pavos reales”; esto trae disgusto en las personas que nos rodean. La Palabra de Dios dice que después de la soberbia, viene el quebrantamiento de espíritu, por eso no es bueno alabarse a sí mismo, es mejor que otros lo hagan, pero aún mejor es que Dios sea el que lo haga. “Buen siervo y fiel; en lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré”.
El adorno más hermoso de un hijo de Dios es la humildad.
4. Alaba a Dios
5. Comparte
Puedes compartir este devocional en Facebook, Whatsapp, Twitter y LinkedIn