¿A quién estoy orando? Parte 3
2015-09-03
1. Oración inicial
Eterno Dios, cuanto amo tu Palabra, de día y de noche es mi meditación, a través de ella te he conocido, y tú me has respondido cuando a ti he clamado. Te has complacido en tanta misericordia y como dijo David: Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre. Amen.
2. Lee la palabra de Dios
“Te glorificaré, oh Jehová, porque me has exaltado, Y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí. Jehová Dios mío, A ti clamé, y me sanaste. Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; Me diste vida, para que no descendiese a la sepultura. Cantad a Jehová, vosotros sus santos, Y celebrad la memoria de su santidad. Porque un momento será su ira, Pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría. En mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido, Porque tú, Jehová, con tu favor me afirmaste como monte fuerte. Escondiste tu rostro, fui turbado. A ti, oh Jehová, clamaré, Y al Señor suplicaré. ¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad? Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador. Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.
3. Reflexiona
No debemos orar solo una o dos veces, sino frecuente y diligentemente, contándole a Dios los deseos de nuestro corazón, y permitiéndole oír nuestras voces. Es por esto que la Palabra nos dice: “sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6), cosa que sucede como resultado de oraciones diligentes y persistentes.
Es importante que cuando nos dirigimos a Dios reconozcamos nuestra finitud, seamos conscientes de la diferencia que hay entre nosotros —seres limitados y pecaminosos— y el Gran y Justo Juez ante el cual todos, un día nos presentaremos.
Solo a través de la lectura y la meditación en la Palabra, aprendemos a armonizar nuestra voz (peticiones) con la voz (respuestas) de Dios.
Pregúntese: ¿A quién estoy orando? ¿Cómo es Él? ¿Qué quiere? ¿Qué espera de mí? ¿Cómo puedo confiadamente traerle mis peticiones si no lo conozco? La Biblia es la que me da respuesta a todas esas preguntas. Sin la Biblia no sé quién es Dios ni por qué se interesa en mí.
En el Salmo 30: David está muy enfermo, a punto de morir y le hace una petición a Dios: “A ti, oh Jehová, clamaré, y al Señor suplicaré”.
Leyendo los Salmos, sabemos que David sabe quién es Jehová. Sabe que como hijo tiene todo derecho de pedirle ayuda. Abre su corazón y le dice a Dios: “¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad? Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador”.
Y vemos que Dios gloriosamente le responde por lo dicho por David: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.
La oración no es unidireccional, es decir, David no estaba alzando una petición al aire sin saber quién le estaba escuchando. Igual que David, yo puedo confiadamente decir: “Oye, oh Jehová, tú eres mi ayudador”. Es la Biblia, explicándome quién y cómo es Dios, la que me impulsa a la oración y a confiar en Dios que me escucha.
4. Alaba a Dios
5. Comparte
Puedes compartir este devocional en Facebook, Whatsapp, Twitter y LinkedIn