Levántate y haz tu parte que Cristo hace el milagro
2019-12-17
1. Oración inicial
Amado Señor, he vivido postrado y agobiado por la carga del pecado que por años se arraigó dentro de mí, pero hoy me he levantado y me he sumergido en las aguas de tu palabra que lava, purifica, santifica y restaura. Gracias señor porque soy nueva criatura en ti. Amén.
2. Lee la palabra de Dios
“Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”, Juan 5: 2-9
3. Reflexiona
Jesús hablaba con autoridad, daba sus mandamientos a los hombres, y en la medida que éstos obedecían recibían los milagros.
Cuando Jesús le pregunta al hombre si quería curarse, pareciera que es una pregunta que no cabe. ¿Quién no quiere sanarse? El hombre había esperado treinta y ocho años y quizá ya había perdido la esperanza, hasta es posible que en lo más íntimo de su corazón se sintiera satisfecho de seguir siendo un inválido, porque, si se curaba, tendría que enfrentarse con el peso de la vida y sus responsabilidades. Pero la respuesta de este hombre fue inmediata. Quería curarse, aunque no veía cómo, puesto que no había nadie quien lo ayudara.
Hoy igualmente se presenta esta situación con nosotros, pues Jesús viene y nos dice: “¿Realmente quieres cambiar?” Si en lo más recóndito de nuestro corazón estamos contentos con ser como somos, no puede haber ningún cambio, porque el deseo de las cosas divinas debe inflamar nuestro corazón. Jesús, pues, le dijo al hombre que se levantara, pues es como si le hubiera dicho: “¡Hombre, doblega tu voluntad! Haz un esfuerzo supremo y tú y yo lo lograremos juntos”. El poder de Dios no prescinde del esfuerzo del hombre. Dios le dijo a Josué: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente” (Josué 1:9).
Ningún hombre puede vegetar, y esperar que suceda el milagro. El milagro sucede cuando nuestra voluntad y el poder de Dios cooperan para hacerlo posible. “Levántate” le dijo. Ciertamente, Jesús estaba ordenando al hombre que intentara lo imposible. El hombre podría haber dicho, que eso era exactamente lo que no podía hacer, que durante treinta y ocho años el lecho había sido su soporte. Pero una vez más, el hombre hizo el esfuerzo a la par de Cristo, y sucedió el milagro.
Hermano, aquí tenemos el camino para lograr lo que anhelamos. Hay tantas cosas en este mundo que nos vencen, nos derrotan y se apoderan de nosotros, pero el esfuerzo y la fe en Cristo harán manifiesto su poder y el milagro vendrá.
4. Alaba a Dios
5. Comparte
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